top of page

La Inclusión que el Mundo No Puede Ofrecer




Vivimos en una época que valora intensamente palabras como “inclusión”, “diversidad” y “aceptación”. En las universidades, en los medios de comunicación, en las empresas, se nos invita constantemente a abrazar la idea de un mundo sin exclusiones, donde todos tengan un lugar y sean reconocidos tal como son.


Y a primera vista, suena justo y esperanzador.

¿Quién no quiere ser aceptado? ¿Quién no desea vivir en un mundo sin rechazos, sin barreras, sin odios?. Sin embargo, si observamos con cuidado, nos daremos cuenta de algo inquietante: la inclusión que el mundo promete sigue dejando a muchos fuera.


Hoy en día, ser “incluido” a menudo depende de aceptar ciertas ideas dominantes:


  • Si piensas diferente, puedes ser cancelado.

  • Si crees en principios tradicionales, puedes ser marginado.

  • Si afirmas que existe una verdad universal, puedes ser considerado intolerante.


Así, la supuesta “inclusión” moderna revela una antigua verdad:

el ser humano, por sí mismo, no logra construir una verdadera comunidad que abrace de verdad a las personas tal como necesitan ser abrazadas: con amor, con verdad y con transformación real.


Pero esta no es una sorpresa.

Desde el principio de la historia humana, hemos luchado con el mismo problema:

queremos pertenecer, pero al mismo tiempo, rechazamos al único que puede darnos una inclusión plena y eterna: Dios mismo.


La buena noticia —una noticia que todavía tiene el poder de cambiar vidas hoy— es esta:

  • hay una inclusión que no nace de los esfuerzos humanos, sino del corazón mismo de Dios.

  • Una inclusión que no simplemente nos recibe como somos, sino que nos transforma para siempre.

  • Una inclusión que no deja vacíos, sino que llena el alma de vida, de comunión, de esperanza verdadera.


Esta inclusión real no se encuentra en las promesas cambiantes de las ideologías modernas. Se encuentra en la persona de Jesucristo.


Y eso es lo que quiero contarte en este artículo.


¿Por qué la inclusión humana sigue fallando?


A pesar de todos los esfuerzos modernos por construir una sociedad más abierta y acogedora, la realidad nos golpea una y otra vez:

el anhelo de inclusión verdadera sigue sin cumplirse.


¿Por qué? Porque en el fondo, los proyectos humanos de inclusión cargan consigo las mismas fracturas que intentan reparar.


📍 1. Inclusión basada en condiciones cambiantes


Hoy en día, muchas comunidades o movimientos dicen ser “inclusivos”, pero si miramos bien, esa apertura suele tener condiciones no escritas:

  • Se te recibe si piensas como nosotros.

  • Se te celebra si abrazas nuestras causas.

  • Se te tolera mientras no cuestiones nuestras reglas.


Así, paradójicamente, la inclusión humana sigue siendo exclusivista, simplemente cambiando quiénes son incluidos y quiénes quedan afuera.


En lugar de derribar barreras, simplemente cambiamos las barreras de lugar.



📍 2. Inclusión que no transforma


Otro problema es que muchos conceptos modernos de inclusión se enfocan en aceptar a las personas tal como son —lo cual puede sonar muy compasivo— pero no ofrecen ninguna esperanza de transformación real.


Se dice: “Así eres, y está bien.”

Pero ¿qué pasa con el dolor interior, la culpa, las heridas, la corrupción silenciosa que sabemos que cargamos dentro?


Una verdadera inclusión debería no solo recibirnos, sino sanarnos, liberarnos, hacernos nuevos. Aceptar la miseria sin ofrecer una salida no es compasión: es resignación.


El corazón humano anhela ser conocido, sí, pero también anhela ser restaurado.

Y eso, el mundo no lo puede ofrecer.



📍 3. Inclusión sin verdad ni justicia


Finalmente, los esfuerzos de inclusión humana suelen fallar porque, en su afán de no ofender a nadie, sacrifican la verdad.


  • Ya no se puede hablar de bien o mal.

  • Ya no se puede decir que hay realidades objetivas.

  • Todo debe ser relativo, fluido, “inclusivo.”


Pero ¿qué clase de comunidad puede sostenerse sin verdad?

¿De qué sirve ser acogidos si estamos caminando juntos hacia el abismo?


El amor sin verdad no salva. La aceptación sin justicia no sana.

Sin una base firme de verdad y justicia, la inclusión humana siempre colapsará sobre sí misma.



La inclusión que el mundo promete, aunque suena hermosa en teoría, sigue dejando al ser humano con hambre:


  • Hambre de comunión verdadera,

  • Hambre de transformación real,

  • Hambre de una verdad que pueda sostenernos y sanarnos.


No basta con ser incluidos en cualquier mesa.

Necesitamos ser invitados a la única mesa donde el alma puede ser verdaderamente restaurada.


Y esa mesa no es obra humana.

Esa mesa tiene un nombre:

Jesucristo.



La Inclusión de Dios en la Biblia: Una Historia de Redención


Mientras el mundo sigue buscando cómo incluir sin herir, cómo abrazar sin renunciar a toda verdad, la Biblia nos muestra algo sorprendente:

Dios mismo inició desde el principio un plan para incluir seres humanos en una comunión eterna, pero no a costa de su santidad ni de su verdad.


La verdadera inclusión no nace de una negociación humana, sino de un acto soberano de amor divino.


Veámoslo paso a paso.



1. El Edén: Creación para la comunión


Cuando Dios creó al ser humano, lo hizo para vivir en comunión plena con Él.


Adán y Eva no eran meros sirvientes, ni piezas de un sistema impersonal.

Eran hijos, llamados a caminar cada día en la presencia viva de su Creador.


Fueron creados para ser incluidos, no en un proyecto humano, sino en una familia divina.


Pero esa comunión fue rota cuando ellos desobedecieron a Dios.

La desobediencia —lo que la Biblia llama pecado— no solo trajo culpa, sino exclusión:

fueron expulsados del Edén, alejados de la presencia de Dios (Génesis 3:23–24).


La exclusión fue justa, pero no definitiva.

Ya desde entonces, Dios prometió un camino de regreso.



2. El Antiguo Testamento: Un Dios que prepara el camino


A lo largo de toda la historia de Israel, vemos a un Dios que, una y otra vez, abre caminos de acceso hacia su presencia, pero bajo condiciones santas.


  • Dio leyes para enseñar la diferencia entre lo puro y lo impuro.

  • Estableció el tabernáculo y luego el templo, para que el pueblo pudiera acercarse a Él a través de sacrificios.

  • Escogió un pueblo no por mérito, sino por pura gracia, para ser luz a las naciones.


Pero todo esto mostraba algo:

el acceso a Dios no era libre, ni automático.


No bastaba querer estar cerca de Dios: había que ser purificado.
No bastaba tener buenas intenciones: había que ser reconciliado mediante sangre (Levítico 17:11).

Dios no abría su mesa negando su santidad.

Abría su mesa preparando un día, un sacrificio, un mediador que restauraría la comunión perdida de una manera definitiva.



3. Jesucristo: El Camino, la Verdad y la Vida


Todo el Antiguo Testamento apuntaba a la necesidad de un Redentor.

Y en Jesucristo, esa promesa se cumple.


Cristo es el Hijo eterno de Dios, que vino al mundo, no simplemente a enseñar buenas ideas, sino a abrir el acceso perdido entre Dios y los hombres.


¿Cómo lo hizo?


  • No ignorando nuestro pecado,

  • No haciendo vista gorda a nuestra culpa,

  • Sino cargando sobre sí mismo el castigo que merecíamos.


En la cruz, Cristo fue excluido —rechazado, maldecido, colgado fuera de los muros de la ciudad— para que tú y yo pudiéramos ser incluidos en la familia eterna de Dios (Hebreos 13:12–14).


Jesús no sólo ofrece aceptación: ofrece redención.
Jesús no sólo ofrece pertenencia: ofrece restauración.
Jesús no sólo ofrece un lugar en la mesa: ofrece una nueva identidad como hijos de Dios.

Esta es la inclusión que el mundo no puede ofrecer.

Esta es la mesa para la cual fuimos creados.



Desde el Edén hasta la cruz, Dios ha estado preparando no una aceptación superficial, sino una comunión transformadora.


La verdadera inclusión es esta:


  • No que Dios tolere nuestro pecado,

  • Sino que Cristo lo venza en nuestro lugar,

  • Para que, perdonados, transformados y adoptados, podamos sentarnos en su mesa como hijos amados.




¿Qué significa ser incluidos por Cristo?


La inclusión que Cristo ofrece no es simbólica, ni superficial, ni emocional.

Es una transformación real, profunda, y eterna.

Es el milagro más grande que puede experimentar un ser humano.


Cuando Jesús llama a un pecador a su mesa, no le dice simplemente:

“Está bien que sigas siendo como eres.”

Sino: “Ven, te haré nuevo.”


Ser incluidos por Cristo significa, ante todo, ser transformados desde lo más profundo.


Veamos cómo:



1. De muertos a vivos


Antes de conocer a Cristo, la Biblia describe nuestra condición así:

“Estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).


No estábamos simplemente enfermos, confundidos o necesitados de un pequeño ajuste. Estábamos espiritualmente muertos, incapaces de buscar a Dios por nosotros mismos.


Pero cuando Cristo nos llama, Él mismo nos da vida. Él regenera nuestro corazón, nos da un nuevo nacimiento espiritual (Juan 3:3–8).


No es un pequeño cambio externo.

Es un milagro interno: de muerte a vida.



2. De culpables a perdonados


Cada ser humano carga una deuda de culpa delante de Dios, porque todos hemos pecado (Romanos 3:23).


La verdadera inclusión de Cristo no es que Dios ignore nuestra culpa, sino que Cristo paga por ella en la cruz.


Él toma nuestro lugar, recibe nuestro castigo, y nos da su perdón completo y eterno.

Somos justificados —declarados justos— no por nuestras obras, sino por su gracia (Romanos 5:1).


No somos incluidos porque “Dios es tolerante”,

somos incluidos porque “Cristo es nuestro sustituto”.



3. De extraños a hijos


No solo somos perdonados; somos adoptados.


  • Ya no somos extranjeros ante Dios.

  • Ya no somos sólo invitados temporales.

  • Somos hijos e hijas amados, llamados a vivir en la casa del Padre para siempre (Gálatas 4:4–7).


La mesa de Cristo no es una mesa para invitados ocasionales, es una mesa familiar, eterna.


4. De aislados a hermanos


Al incluirnos en su familia, Cristo también nos une a su pueblo: la iglesia.


No somos salvados para vivir una fe individualista.

Somos salvados para ser parte de un pueblo redimido:


  • Una comunidad de gracia,

  • Una familia de fe,

  • Un cuerpo unido en Cristo (Efesios 2:19–22).


Así como Leví no siguió a Jesús solo, sino que fue integrado a una nueva comunidad de discípulos, nosotros también somos llamados a vivir y crecer en la comunión del pueblo de Dios.


Inclusión en Cristo siempre significa comunión con su iglesia.



¿Cómo vivimos ahora como personas incluidas por Cristo?


La inclusión de Cristo no es un evento aislado.

Es el comienzo de una nueva vida.


Cuando Cristo nos llama, nos perdona y nos adopta, nuestra vida entera cambia.

Ya no vivimos para nosotros mismos, ni para complacer al mundo, sino para seguir, amar y reflejar a Aquel que nos llamó a su mesa.


¿Cómo se ve esto en la práctica?


Leví, el recaudador de impuestos que Jesús llamó en Lucas 5, es un ejemplo maravilloso de lo que significa vivir como alguien verdaderamente incluido por gracia.



1. Dejamos atrás el viejo estilo de vida


Cuando Jesús miró a Leví y le dijo “Sígueme”, Leví dejó todo, se levantó y lo siguió (Lucas 5:27–28).


No negoció.

No pospuso.

No llevó consigo sus viejas redes de corrupción.


Respondió con abandono total.


Así también nosotros:

Ser incluidos por Cristo implica dejar atrás todo aquello que pertenece a nuestra antigua vida sin Dios:
  • Pecados conocidos,

  • Identidades falsas construidas en el mundo,

  • Autojustificación,

  • Apegos a lo que nos alejaba de la santidad.



No porque el abandono de esas cosas nos haga dignos, sino porque ya no pertenecemos a ellas. Ahora pertenecemos a Cristo.



2. Celebramos la gracia que hemos recibido


Después de seguir a Jesús, Leví no se escondió avergonzado de su pasado.

Organizó un gran banquete en su casa para celebrar y para que otros conocieran a Jesús (Lucas 5:29).


Él sabía que no merecía estar en la mesa de la gracia, y por eso, su corazón rebosaba de alegría agradecida.


Así también nosotros: La vida de un creyente no es una vida de culpa perpetua, sino de gozo profundo:


  • Gozo por haber sido perdonados,

  • Gozo por ser amados sin condiciones,

  • Gozo por haber sido llamados hijos e hijas del Rey.


Nuestra comunión dominical, nuestras oraciones, nuestra adoración, no son rituales vacíos: son el banquete espiritual de los que han sido incluidos por el amor inmerecido de Dios.


📖 3. Invitamos a otros a la misma mesa


Leví no sólo celebró su salvación.

Llenó su casa de otros pecadores para que pudieran encontrarse con Jesús.


No guardó para sí el regalo recibido.

Su casa se convirtió en una extensión de la mesa de Cristo.


Así también nosotros:

La vida cristiana no es una vida aislada,

es una vida de misión amorosa:


  • Buscamos a los que están lejos,

  • Invitamos a los heridos y despreciados,

  • Extendemos la gracia que nosotros mismos recibimos.


No porque seamos mejores, sino porque sabemos lo que es ser alcanzados por una misericordia que no merecíamos.


Cada creyente es llamado a vivir como Leví: dejando todo, celebrando a Cristo, e invitando a otros al banquete del evangelio.


Ser incluidos por Cristo cambia radicalmente nuestro presente y nuestro futuro:


  • De esclavos del pecado, pasamos a ser libres en la verdad.

  • De vivir para nosotros mismos, pasamos a vivir para Aquel que murió y resucitó por nosotros.

  • De mesas vacías, pasamos a la fiesta eterna del Reino de Dios.


Leví no sólo cambió de ocupación.

Leví cambió de identidad.

De ladrón público pasó a ser discípulo, y más tarde, evangelista, autor de uno de los cuatro evangelios.


Así también cada uno de nosotros: Dios no sólo nos perdona; nos transforma y nos envía.



Conclusión:

Hay un lugar en la mesa de Cristo para ti

La palabra “inclusión” resuena en nuestro mundo como una promesa.

Pero lo que hemos visto es que la verdadera inclusión —profunda, eterna, transformadora— no puede nacer de nuestros esfuerzos humanos.


Solo Cristo puede incluirnos realmente:


  • No afirmando nuestras heridas,

  • Sino sanándolas.

  • No tolerando nuestro pecado,

  • Sino perdonándolo y venciéndolo.

  • No dejándonos en nuestra soledad,

  • Sino sentándonos como hijos amados en la mesa de su Padre.



Cristo no nos invita simplemente a “pertenecer” a un grupo.

Nos invita a pertenecer a Él.

Como vimos en la vida de Leví:


  • Cristo ve a quienes otros despreciarían.

  • Cristo llama con una voz de gracia que da vida.

  • Cristo restaura en una comunión viva y eterna.


Hoy, tú también puedes escuchar esa voz.

Hoy, tú también puedes dejar atrás las mesas vacías del mundo para sentarte en el banquete que no tiene fin.


No importa cuán lejos hayas estado.

No importa cuán indigno te sientas.

No importa cuántas veces hayas sido excluido o rechazado.


En Cristo, hay un lugar preparado para ti.


Una inclusión no superficial, sino eterna.

Una aceptación no sentimental, sino redentora.

Un amor que no sólo te abraza como eres, sino que te transforma en lo que fuiste creado para ser:

un hijo o hija del Dios viviente.


Si aún no has venido a Cristo,

si todavía estás sentado en una mesa que no sacia tu alma,

hoy es el día de escuchar su llamado:


“Sígueme.”

No traigas tus logros.

No escondas tus pecados.

No pospongas tu respuesta.


Ven tal como estás,

y deja que Él haga en ti lo que nadie más puede hacer:

incluirte de verdad, restaurarte de verdad, amarte para siempre.


La mesa está servida.

El llamado está hecho.

La vida eterna está abierta.


¿Responderás?

 
 
 

Comments


Av. Boyacá #99-14

Tel. 3112134704

Bogota D.C. - Colómbia

Enlaces Rápidos

 

Donar

Sermones

Blog

Academia

  • Instagram
  • Facebook
  • Youtube
382552_aebc0872eaee4653bd67fd3eb0f439c3.gif
382552_ea68a3ccf6504123b2d1eb7b8c4c4c0e_

©2024 por Iglesia Raah.

bottom of page