La Antorcha Imperecedera: La Relevancia de Sola Scriptura para una Iglesia en Crisis de Autoridad
- Andres Espinoza
- 3 oct
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Actualizado: 3 oct
Este artículo analiza el principio de Sola Scriptura, defendiendo su validez histórica y su urgencia pastoral para la iglesia contemporánea en América Latina. A través de una exégesis de 2 Timoteo 3:14–17, se establece el fundamento bíblico de la inspiración, suficiencia y autoridad de la Escritura. Se refuta la objeción de que Sola Scriptura es una novedad del siglo XVI mediante un análisis del testimonio patrístico y medieval, demostrando que la primacía de la Escritura es la verdadera tradición católica de la iglesia. Finalmente, se aplica este principio como el antídoto necesario frente a la doble tentación que enfrenta el evangelicalismo latinoamericano: por un lado, el autoritarismo de la tradición Romana y, por otro, el subjetivismo del cristianismo de consumo (teología de la prosperidad, pragmatismo y culto a la personalidad).
Introducción: Una Crisis de Autoridad, Dos Soluciones Fallidas
La iglesia evangélica en América Latina se encuentra en medio de una paradoja desconcertante: por un lado, celebra un crecimiento numérico explosivo que ha redefinido el mapa espiritual del continente; por otro, padece una profunda anemia catequética que la deja vulnerable a una severa crisis de autoridad. Este vacío ha provocado dos fugas en direcciones opuestas, pero igualmente problemáticas:
La primera es una huida hacia el pasado. Un número creciente de evangélicos, fatigados por la superficialidad doctrinal y una "fe sin historia", se sienten atraídos por el orden, la liturgia y la aparente continuidad histórica de la Iglesia Católica Romana. Para ellos, como lo popularizó el testimonio de Scott Hahn, la solución al caos interpretativo del protestantismo es someterse a la autoridad de un Magisterio infalible, un camino que trágicamente algunos de nuestros propios hermanos han emprendido.¹
La segunda fuga es una huida hacia el presente. Impulsada por una cultura de consumo, esta corriente busca la autoridad no en la historia, sino en la intensidad de la experiencia subjetiva y en la eficacia del pragmatismo. Las "fábulas" de las que advirtió Pablo a Timoteo (2 Tim. 4:4) hoy se manifiestan en una teología de la prosperidad que reduce el evangelio a un manual de autoayuda, en modelos de iglesia que operan como franquicias de éxito, y en un ecosistema digital de influencers carismáticos cuya autoridad emana más de su popularidad que de su fidelidad a la Escritura.
Frente a estas dos soluciones —la tiranía de la tradición institucional y la anarquía de la experiencia individual—, la Reforma Protestante nos ofrece una tercera vía, no como una novedad del siglo XVI, sino como la recuperación de la fe apostólica y patrística.
Este artículo argumentará que el principio de Sola Scriptura es la antorcha imperecedera que la iglesia necesita para navegar la oscuridad de la confusión actual. Demostraremos que esta doctrina, lejos de ser una invención, es la verdadera tradición católica, evidenciada en el testimonio de los Padres de la Iglesia. Sostendremos que la separación de Roma no fue un acto de cisma, sino la consecuencia ineludible de una conciencia cautiva a una Palabra que estaba siendo invalidada por mandamientos de hombres (Marcos 7:8). Finalmente, aplicaremos este principio como el bisturí teológico necesario para diagnosticar y refutar las falsificaciones del cristianismo que, como advirtió J. Gresham Machen, constituyen "otra religión" dentro de nuestros propios muros.²
La Sola Scriptura es el único principio que provee a la iglesia de un ancla histórica sin caer en el autoritarismo, y de una vitalidad espiritual sin caer en el subjetivismo.
1. El Fundamento Apostólico: La Naturaleza y Propósito de la Escritura (2 Timoteo 3:14–17)
El punto de partida para toda defensa de la fe debe ser la propia Escritura. En su testamento final, en medio de una iglesia asediada por "fábulas" y "mandamientos de hombres" (Tito 1:14), el apóstol Pablo no le ofrece a Timoteo una nueva estrategia, sino un ancla inamovible. Su mandato es radicalmente conservador: "persiste tú en lo que has aprendido" (2 Tim. 3:14). En una era de innovación y "comezón de oír", el primer acto de fidelidad es la perseverancia. Pablo fundamenta esta persistencia no en una experiencia subjetiva, sino en la naturaleza objetiva de la verdad revelada, articulando en estos versículos la doctrina completa de la autoridad bíblica.
A. Persistencia en la Verdad Transmitida: El Rol de la Autoridad Ministerial (v. 14-15)
Pablo fundamenta la persistencia de Timoteo en dos pilares: "sabiendo de quiénes has aprendido" y el conocimiento de las "Sagradas Escrituras" desde la niñez. Esto establece desde el inicio una verdad crucial: Sola Scriptura no significa Nuda Scriptura (la Escritura desnuda y aislada). La fe no se recibe en un vacío. Es un "buen depósito" (2 Tim. 1:14) transmitido a través de maestros fieles: la abuela Loida, la madre Eunice, el apóstol Pablo.
Aquí yace la respuesta reformada a la acusación de individualismo. No creemos en "yo y mi Biblia contra el mundo". Afirmamos, con Ireneo, la importancia de la "lectura presbiteral" de la Escritura, es decir, la lectura consensuada y comunitaria de la iglesia.³ Por eso valoramos los Credos ecuménicos y nuestras Confesiones de Fe no como una segunda fuente de revelación, sino como la voz unificada de la iglesia a través de la historia, funcionando como una autoridad ministerial fiel. Son el "mapa" que nos ayuda a navegar el "territorio" de la Escritura.⁴ Pero, como nos muestra Pablo, la fidelidad de estos maestros y la autoridad de estos mapas se validan por su conformidad a una norma superior.
B. La Naturaleza Divina como Fundamento de la Autoridad Canónica (v. 16a)
El fundamento último de la persistencia de Timoteo no es la fiabilidad de sus maestros, sino la naturaleza misma de lo que le enseñaron. En el versículo 16, Pablo hace la declaración más monumental sobre la autoridad bíblica: "Toda la Escritura es inspirada por Dios" (θεόπνευστος, theopneustos). La palabra no significa meramente que Dios inspiró a los autores; significa que el texto mismo es el producto del "aliento de Dios". Es Su propia voz. Por lo tanto, su autoridad no es derivada —conferida por la iglesia— sino intrínseca, porque su autor es Dios. Es, como afirmaron los teólogos de la Reforma, autopistos: "creíble por sí misma".⁵
Esta naturaleza divina establece la Escritura como la única Autoridad Canónica: la norma suprema que juzga a todas las demás y no es juzgada por ninguna (norma normans non normata). Esta distinción entre la autoridad canónica de la Escritura y la autoridad ministerial de la iglesia no es una invención del siglo XVI, sino el principio operativo de la iglesia primitiva.
Ireneo de Lyon (c. 180), en su lucha contra los gnósticos que apelaban a una "tradición oral secreta", estableció que los apóstoles nos entregaron el evangelio "en las Escrituras, para que fuera el fundamento y pilar de nuestra fe".⁶
Agustín de Hipona (c. 400) fue explícito al afirmar que había aprendido a conceder el honor de estar libre de error "solo a los libros canónicos de la Escritura", mientras que todos los demás escritos, por muy santos que fueran sus autores, debían ser juzgados por la Escritura o por la razón en conformidad con ella.⁷
Incluso el gran teólogo medieval Tomás de Aquino mantuvo esta distinción, argumentando que la teología se apoya en la autoridad de la Escritura canónica como una "prueba incontrovertible", mientras que la autoridad de los doctores de la Iglesia es meramente "probable".⁸ La Reforma no inventó este principio; lo restauró, liberando la Autoridad Canónica de la Escritura de debajo de una autoridad ministerial que se había proclamado a sí misma como canónica.
C. El Propósito Práctico como Declaración de Suficiencia (v. 16b-17)
Finalmente, Pablo articula el propósito de esta Palabra divinamente exhalada. Es "útil para enseñar (doctrina), para redargüir (apologética), para corregir (disciplina), para instruir en justicia (ética)". Estas cuatro funciones cubren la totalidad de la vida y las necesidades de la iglesia. Y su objetivo es radicalmente suficiente: "a fin de que el hombre de Dios sea perfecto (ἄρτιος, completo, apto), enteramente preparado para toda buena obra".
La palabra artios denota una completitud funcional; la Escritura provee todo lo necesario para la tarea asignada. Si la Palabra de Dios es capaz de equipar al creyente enteramente para toda buena obra, entonces, por definición lógica y teológica, ninguna otra fuente de revelación o autoridad infalible es necesaria para la fe y la vida.
Esta doctrina de la suficiencia es la respuesta bíblica a las dos crisis de autoridad de nuestro tiempo:
Refuta la necesidad de un Magisterio infalible. Como preguntó Cirilo de Jerusalén en el siglo IV a sus catecúmenos: "¿Por qué creer en mí, si no te doy la prueba de lo que anuncio desde las Santas Escrituras?".⁹ La suficiencia de la Escritura nos libera de la necesidad de una autoridad externa para "llenar los vacíos", porque Dios no ha dejado vacíos en lo que respecta a nuestra salvación y piedad.
Refuta la necesidad de nuevas revelaciones. En el contexto latinoamericano, donde la "palabra profética" de un líder carismático a menudo desplaza la predicación expositiva, la suficiencia de la Escritura es un ancla indispensable. Como nos advirtió J. Gresham Machen, cuando una iglesia abandona la doctrina bíblica por experiencias o mensajes que apelan a los deseos, termina con "otra religión".¹⁰
El fundamento apostólico es, por tanto, un edificio perfectamente trabado. Persistimos en una fe transmitida ministerialmente porque esa fe se ancla en una Escritura de naturaleza divina, y confiamos en esa Escritura enteramente porque su propósito es equiparnos de manera suficiente para todo lo que Dios demanda de nosotros.
2. La Crisis de Conciencia: Por Qué la Separación Fue y Sigue Siendo Necesaria
Si la Escritura es la autoridad suprema y suficiente, como lo atestigua el apóstol Pablo y la iglesia primitiva, surge una pregunta ineludible: ¿por qué no permanecer en la comunión con Roma e intentar reformarla desde adentro? La respuesta de la Reforma es que la corrupción doctrinal había alcanzado un punto en el que la permanencia exigía una complicidad activa en prácticas que una conciencia cautiva a la Escritura solo podía identificar como pecaminosas. No se trataba de meros errores, sino de la elevación de tradiciones humanas al estatus de dogma, creando lo que el teólogo Francisco Turretin denominó una crisis de conciencia ineludible.¹¹
Esta crisis es la manifestación histórica de la advertencia solemne de Cristo en Marcos 7:6-9. Al confrontar a los fariseos, Jesús expone la dinámica mortal de la tradición humana cuando se le otorga una autoridad que no le corresponde: primero, lleva a la sustitución ("dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres") y, finalmente, a la invalidación ("bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición"). Los reformadores argumentaron que la Iglesia Romana no solo había añadido a la Escritura, sino que había creado un sistema donde sus tradiciones invalidaban los mandamientos explícitos de Dios, forzando una "necesaria secesión".¹² Esta crisis se manifestó de manera más aguda en dos áreas que tocan el corazón de la fe cristiana: la adoración y el evangelio.
A. La Crisis de la Adoración: Idolatría Impuesta
El Primer Mandamiento prohíbe inequívocamente la adoración de cualquier criatura (Éxodo 20:3-5). Sin embargo, el Concilio de Trento, en su decimotercera sesión, no solo afirmó la doctrina de la Transubstanciación, sino que decretó que se debía rendir a la hostia consagrada el culto de latría —la adoración debida solo y exclusivamente al Dios Trino—. Para una conciencia formada por la Escritura, que entiende la Cena del Señor como un memorial sacramental y un medio de comunión espiritual donde los elementos siguen siendo pan y vino (1 Cor. 11:26; Mt. 26:29), este mandato es una orden de cometer idolatría.
Como argumentó Jean Daillé, esto no era un punto secundario o negociable. Obligar a la conciencia de un creyente a adorar lo que la Palabra, los sentidos y la razón testifican que es una criatura, era una tiranía espiritual. La separación, por lo tanto, no fue primariamente un acto de protesta eclesiológica, sino una "huida necesaria de la idolatría" impuesta.¹³
B. La Crisis del Evangelio: La Suficiencia de Cristo Anulada
De manera similar, el sistema sacramental y soteriológico romano, codificado en Trento, invalidaba la suficiencia de la persona y obra de Cristo proclamada en la Escritura.
La Mediación de Cristo: La Escritura declara enfáticamente que hay "un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Tim. 2:5), y que a través de Él tenemos acceso confiado al trono de la gracia (Heb. 4:14-16). La tradición romana, al imponer un sistema de mediación a través de María y los santos, en la práctica anula esta suficiencia. Sugiere que el trono no es tan accesible y que el corazón de Cristo no es tan compasivo, necesitando de otros abogados. La insistencia de la Reforma en Solus Christus fue un acto de fidelidad a la suficiencia mediadora de Cristo.
La Expiación de Cristo: La Escritura proclama que "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Jn. 1:7). La doctrina del purgatorio, sin embargo, enseña que queda una "pena temporal" por el pecado que el creyente debe purgar a través del sufrimiento después de la muerte. Esto, en efecto, invalida la suficiencia de la expiación, sugiriendo que la sangre de Cristo no fue suficiente para limpiar todo el pecado y que nuestra justificación no es completa solo por la fe.
El Sacrificio de Cristo: El libro de Hebreos es categórico al afirmar que el sacrificio de Cristo fue ofrecido "una vez para siempre" (Heb. 10:10) y que "con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (Heb. 10:14). La doctrina de la Misa como un "verdadero y propio sacrificio propiciatorio" que se ofrece repetidamente por los vivos y los muertos, invalida la finalidad de la obra de Cristo en la cruz.
Por tanto, la separación no fue un acto de cisma, sino un acto de sumisión humilde a la Palabra de Dios. Fue la conclusión dolorosa pero necesaria a la que llega una conciencia que, enfrentada a un sistema de tradiciones que invalidan la adoración pura y el evangelio de la gracia, elige obedecer a Dios antes que a los hombres.
3. Aplicación: La Antorcha contra las "Fábulas" de Nuestra Generación
El principio de Sola Scriptura, recuperado en la Reforma, no es meramente una herramienta para el diálogo con Roma; es el bisturí diagnóstico indispensable para la salud interna de la iglesia en toda época. El apóstol Pablo advirtió a Timoteo que vendría un tiempo en que los hombres, con "comezón de oír", se apartarían de la verdad y se volverían a las "fábulas" (2 Tim. 4:3-4). Estas fábulas no siempre se presentan como herejías frontales, sino a menudo como versiones del cristianismo más atractivas, relevantes o exitosas.
J. Gresham Machen, en su análisis magistral del liberalismo teológico, proveyó a la iglesia de una herramienta hermenéutica crucial: una desviación en las doctrinas fundamentales (la naturaleza de Dios, la persona de Cristo, la base de la salvación) no produce una variante del cristianismo, sino una religión completamente diferente, aunque conserve el vocabulario tradicional.¹⁴ Aplicando este bisturí a nuestro contexto latinoamericano, podemos identificar al menos tres "fábulas" modernas que, al socavar la autoridad y suficiencia de la Escritura, presentan un evangelio falsificado.
A. La Fábula de la Prosperidad: La Corrupción de la Soteriología
La teología de la prosperidad, exportada desde Norteamérica pero arraigada con fuerza en formas autóctonas como la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), es quizás la fábula más extendida. Su atractivo reside en su aparente poder para ofrecer soluciones tangibles a los problemas de la vida. Sin embargo, constituye "otra religión" porque redefine las doctrinas cardinales de la fe:
Redefine a Dios: El Dios soberano y santo de las Escrituras, cuyo fin principal es Su propia gloria (CFW 2.1), es reemplazado por un dios utilitario, un "cajero cósmico" cuyo propósito es cumplir los deseos de salud y riqueza del creyente.
Redefine a Cristo: El Cristo de la Biblia, el Cordero de Dios que murió como sustituto penal para reconciliarnos con Dios, es transformado en un mero facilitador de bienes materiales. La cruz deja de ser el centro de la propiciación para convertirse en la transacción que nos compró el derecho al éxito terrenal.
Redefine la Fe: La fe, entendida bíblicamente como confianza y descanso en la obra consumada de Cristo, es pervertida en una fuerza impersonal, una técnica de "declaración" y "confesión positiva" para manipular las leyes espirituales a nuestro favor.
Sola Scriptura desmantela esta fábula al recordarnos que la narrativa central de la Biblia no es nuestra prosperidad material, sino la gloria de Dios en la redención de los pecadores a través de Cristo.
B. La Fábula del Pragmatismo: La Corrupción de la Eclesiología
Otra fábula sutil es la del pragmatismo, cuyo axioma es: "Si funciona, debe ser de Dios". El éxito, medido en crecimiento numérico, influencia mediática o eficiencia organizacional, se convierte en la norma de la verdad, desplazando a la Escritura. Este es el motor detrás de modelos eclesiales que operan como franquicias, como el G12, surgido en Bogotá. En este sistema, la autoridad funcional a menudo no reside en la fiel exposición de la Palabra, sino en la "visión" del líder y la reproducibilidad del método.
El pragmatismo corrompe la eclesiología al reemplazar las marcas bíblicas de una iglesia verdadera (la predicación pura del evangelio, la correcta administración de los sacramentos, el ejercicio de la disciplina)¹⁵ con las métricas del éxito del mundo corporativo. Como advirtió Cristo a los fariseos, la "tradición" del método exitoso puede "invalidar la Palabra de Dios" (Marcos 7:13). Se sacrifican la profundidad doctrinal por el entretenimiento, la disciplina por la retención de miembros, y la predicación expositiva por charlas motivacionales. Sola Scriptura nos llama a medir la salud de la iglesia no por su tamaño, sino por su fidelidad al plano que el Arquitecto nos ha dejado en Su Palabra.
C. La Fábula de la Autoridad Personal: La Corrupción de la Revelación
Finalmente, la era digital ha potenciado la fábula más antigua: la que eleva la voz de un hombre al nivel de la voz de Dios. En el ecosistema de las redes sociales, la autoridad se desplaza desde la Palabra escrita y confesada por la iglesia hacia el carisma del influencer, el "apóstol" o el "profeta" que ofrece "nuevas revelaciones" y opera fuera de la rendición de cuentas de una iglesia local. Esto crea un papado descentralizado y subjetivo, donde la prueba de la verdad ya no es la conformidad con la Escritura, sino la popularidad del mensajero o la intensidad de la experiencia que genera.
Sola Scriptura, como lo afirma nuestra Confesión, es el ancla contra esta deriva. Declara que el "Juez Supremo por el cual todas las controversias de religión han de ser determinadas... no puede ser otro sino el Espíritu Santo hablando en la Escritura".¹⁶ Nos libera de la tiranía de las personalidades y nos somete a la autoridad objetiva, suficiente y final de la Palabra de Dios, enseñándonos a ser como los nobles de Berea, que escudriñaban las Escrituras para verificar toda enseñanza (Hechos 17:11).
Estas tres fábulas, aunque diversas en su manifestación, comparten una raíz común: destronan a la Escritura y, en su lugar, coronan al "yo" —mis deseos, mis resultados, mis experiencias—. Son, en esencia, religiones centradas en el hombre. La batalla por la Biblia, por tanto, se libra hoy con la misma ferocidad dentro de nuestros muros que fuera de ellos.
Conclusión: Un Pueblo del Libro para un Tiempo de Confusión
La crisis de autoridad que vive la iglesia evangélica en América Latina no se resolverá buscando refugio en las cenizas de una tradición humana que invalida la Palabra, ni tampoco encendiendo el fuego extraño de una experiencia subjetiva sin ancla. La solución, hoy como en el siglo XVI, es un retorno radical a la antorcha que Dios mismo nos ha entregado. Este artículo ha argumentado que el principio de Sola Scriptura no es una reliquia del pasado, sino el fundamento imperecedero para la fe, la vida y la reforma continua de la iglesia.
Hemos establecido su fundamento apostólico en la exégesis de 2 Timoteo 3, donde la Escritura es presentada como una revelación de naturaleza divina (theopneustos) y de propósito radicalmente suficiente (artios). Hemos demostrado que este principio, lejos de ser una novedad de la Reforma, es la verdadera tradición católica, atestiguada por las voces más autorizadas de la iglesia primitiva y medieval —desde Ireneo hasta Tomás de Aquino—, quienes consistentemente subordinaron su propia autoridad ministerial a la autoridad canónica de la Escritura.
Asimismo, hemos justificado la necesaria secesión de la Reforma, no como un acto de cisma, sino como la respuesta ineludible de una conciencia cautiva a la Palabra frente a una crisis impuesta. Las tradiciones que invalidaban la adoración pura y la suficiencia del evangelio, como advirtió Cristo en Marcos 7, hicieron de la separación un doloroso acto de fidelidad. Finalmente, hemos aplicado la luz de esta antorcha para diagnosticar las fábulas de nuestra propia generación: las falsificaciones del cristianismo que, bajo las formas de la prosperidad, el pragmatismo y el culto a la personalidad, corrompen a la iglesia desde adentro.
Ser un "Pueblo del Libro" hoy, en nuestro continente, es un acto profundamente contracultural. Requiere el coraje de someter nuestras tradiciones eclesiásticas, nuestras estrategias de crecimiento y nuestras más preciadas experiencias espirituales a la autoridad final y suficiente de la Sagrada Escritura. Nos llama a una fe que es a la vez robusta doctrinalmente e históricamente consciente, anclada no en las arenas movedizas de la opinión humana —sea la de un Papa en Roma o la de un influencer en YouTube—, sino en la roca inmutable de la revelación de Dios.
Que el Señor nos conceda la gracia de no solo defender esta doctrina, sino de vivirla. Que la antorcha de la Palabra ilumine nuestra predicación, ordene nuestra adoración y santifique nuestras vidas. Que, al levantarla con convicción y claridad en medio de nuestra generación, demostremos que la verdadera vitalidad espiritual y el verdadero orden eclesial no se oponen, sino que fluyen juntos de una misma y única fuente: la Palabra viva de un Dios vivo. Y que, al final, en todo, solo a Él sea la gloria.
Notas
¹ Scott Hahn y Kimberly Hahn, Rome Sweet Home: Our Journey to Catholicism (San Francisco: Ignatius Press, 1993). El argumento central de Hahn es la búsqueda de una autoridad doctrinal infalible para resolver el "caos" interpretativo protestante.
² J. Gresham Machen, Christianity and Liberalism (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1923). La tesis central de Machen es que el liberalismo no es una denominación dentro del cristianismo, sino una religión diferente que niega las doctrinas fundamentales de la fe.
³ Ireneo de Lyon, Adversus Haereses (Contra las Herejías), 3.2.1-2. La "lectura presbiteral" se refiere a la interpretación de la Escritura dentro del marco de la fe transmitida por los presbíteros (ancianos) que sucedieron a los apóstoles.
⁴ Chad Van Dixhoorn, ed., Creeds, Confessions, and Catechisms: A Reader's Edition (Wheaton, IL: Crossway, 2022). La analogía "mapa vs. territorio" es útil para entender la función de los credos y confesiones dentro del marco de Sola Scriptura.
⁵ Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology, ed. James T. Dennison Jr., trad. George Musgrave Giger (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 1992), 1:61. Turretin argumenta que la autoridad de la Escritura es creíble por sí misma (autopistos) debido a sus marcas divinas.
⁶ Ireneo de Lyon, Adversus Haereses, 3.1.1.
⁷ Agustín de Hipona, Epistola 82 ad Hieronymum (Epístola 82 a Jerónimo).
⁸ Tomás de Aquino, Summa Theologica, I, q. 1, a. 8, ad 2.
⁹ Cirilo de Jerusalén, Catecheses, 4.17.
¹⁰ Machen, Christianity and Liberalism, 7.
¹¹ Francis Turretin, De necessaria secessione nostra ab Ecclesia Romana. El concepto de una crisis de conciencia que obliga a la separación es central en su defensa de la Reforma.
¹² Ibid. Turretin argumenta que el crimen de cisma no recae sobre los que se separan, sino sobre los que causaron la separación al corromper la fe.
¹³ Jean Daillé, Apologie des églises réformées. Daillé dedica una parte sustancial de su apología a demostrar por qué la adoración de la Eucaristía constituye idolatría y, por lo tanto, una causa ineludible de separación.
¹⁴ Machen, Christianity and Liberalism, 7.
¹⁵ Ver, por ejemplo, la Confesión Belga, Artículo 29.
¹⁶ La Confesión de Fe de Westminster, capítulo 1, párrafo 10.
Bibliografía
Agustín de Hipona. Epistola 82 ad Hieronymum.
Aquino, Tomás de. Summa Theologica.
Cirilo de Jerusalén. Catecheses.
Confesión Belga.
Confesión de Fe de Westminster, La.
Daillé, Jean. Apologie des églises réformées.
———. Traicté de l'employ des Saincts Pères pour le jugement des différends qui sont aujourd'huy en la religion. Ginebra, 1632.
Hahn, Scott, y Kimberly Hahn. Rome Sweet Home: Our Journey to Catholicism. San Francisco: Ignatius Press, 1993.
Ireneo de Lyon. Adversus Haereses.
Machen, J. Gresham. Christianity and Liberalism. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1923.
Turretin, Francis. De necessaria secessione nostra ab Ecclesia Romana.
Van Dixhoorn, Chad, ed. Creeds, Confessions, and Catechisms: A Reader's Edition. Wheaton, IL: Crossway, 2022.
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