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¿Por qué necesitamos una nueva reforma?

Volver a la Palabra en tiempos de confusión

“Así ha dicho Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma…” — Jeremías 6:16



Introducción: La crisis de la Iglesia y la pregunta fundamental


Vivimos en tiempos de enorme confusión. La iglesia evangélica latinoamericana, en su mayoría, se ha vuelto un terreno fértil para todo viento de doctrina. Por doquier surgen movimientos, ministerios y “nuevas unciones” que prometen transformar vidas, mientras el discernimiento se debilita y la autoridad de la Escritura se ve socavada, ya sea por la tradición humana o por el pragmatismo de moda.


No faltan quienes, ante la confusión, sugieren volver a la supuesta seguridad de Roma, o abrazar las tradiciones que nos prometen estabilidad. Otros, por el contrario, se rinden al espíritu de la época, acomodando el evangelio a los gustos del mercado. ¿Dónde está el verdadero refugio para la fe? ¿Por qué, quinientos años después, necesitamos aún hablar de reforma?


La respuesta es sencilla y profunda: porque la tentación de abandonar la Palabra nunca ha desaparecido. La gran necesidad de la iglesia, ayer y hoy, es volver al evangelio puro, volver a la Escritura, y dejar que ella juzgue toda doctrina, práctica y tradición. La Reforma protestante no fue el nacimiento de la iglesia verdadera, sino el retorno de la iglesia visible a su fundamento inmutable: la Palabra de Dios.



1. El problema de fondo: Alejamiento de la Palabra

“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento.”— Oseas 4:6

La historia del pueblo de Dios es, en buena parte, la historia de su relación —o alejamiento— con la Palabra de Dios. Desde el huerto del Edén hasta la iglesia en nuestros días, la tentación ha sido siempre la misma: sustituir la voz viva del Señor por palabras humanas, tradiciones, sueños o razonamientos que, aunque puedan parecer piadosos, no tienen el poder de transformar ni de salvar.


1.1. Un problema tan antiguo como el hombre


El primer pecado en la historia no fue solo una desobediencia moral, sino un acto de incredulidad respecto a la Palabra revelada:

“¿Conque Dios os ha dicho…?” (Génesis 3:1).

Así comenzó la ruina: cuestionando la suficiencia y veracidad de la Palabra de Dios. Desde entonces, el pueblo de Dios ha caído una y otra vez en el error de sustituir la voz de Dios por voces humanas. Israel, el pueblo del pacto, recibió la Ley, los profetas, los salmos; sin embargo, los líderes religiosos del tiempo de Jesús estaban más atentos a las tradiciones que a la Palabra inspirada. Jesús confrontó este error con severidad:


“Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición… así invalidáis la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.” — Marcos 7:9,13

Aquí está el corazón del problema: cuando la tradición humana ocupa el lugar de la Palabra, la fe pierde su poder, la iglesia pierde su identidad y el pueblo pierde su seguridad. La historia de la iglesia cristiana, incluyendo la nuestra en Latinoamérica, repite este ciclo una y otra vez: cada vez que la Palabra es desplazada, las tinieblas ganan terreno.


1.2. El alejamiento contemporáneo


Hoy, como en el pasado, el alejamiento de la Palabra asume formas diversas:


  • El emocionalismo: donde la experiencia subjetiva, los sentimientos y las emociones son el criterio de verdad y dirección, y la Escritura es relegada a un lugar secundario o meramente decorativo.

  • El pragmatismo: donde las estrategias de éxito, el crecimiento numérico y las modas ministeriales reemplazan el fundamento bíblico, y lo que “funciona” es lo que se hace, aunque contradiga el consejo de Dios.

  • El tradicionalismo: donde las prácticas recibidas —por antiguas, populares o aparentemente piadosas— son aceptadas sin examinarlas a la luz de la Palabra, y la Escritura es invocada solo para respaldar lo ya decidido por la costumbre.

  • El sincretismo religioso: especialmente en Latinoamérica, donde elementos paganos, mágicos o supersticiosos se fusionan con el vocabulario cristiano, creando una fe híbrida y distorsionada.



Esta condición, lejos de ser inocua, produce confusión, inmadurez, legalismo, superstición o apostasía abierta. La iglesia deja de ser “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15) y se convierte en eco de la cultura circundante.


1.3. Las consecuencias del alejamiento


La consecuencia directa de este alejamiento es la pérdida de discernimiento, la multiplicación de errores doctrinales y la erosión de la vida cristiana genuina. No es casualidad que las épocas de mayor oscuridad espiritual en la iglesia hayan coincidido con el abandono de la Escritura como regla suprema de fe y práctica. [Véase J.I. Packer, La autoridad de la Biblia, capítulo 2.]


En la Reforma, los cristianos redescubrieron —con gozo y asombro— que la Palabra no solo es suficiente, sino poderosa para edificar, corregir, consolar y transformar. Donde la Biblia es abierta, leída, predicada y obedecida, allí hay vida. Donde es descuidada, ignorada o subordinada, todo se seca.


Como advirtió Calvino:

“Dondequiera que la Palabra de Dios sea cerrada, suprimida o desfigurada, allí, aunque el nombre de iglesia permanezca, no queda sino ruina y desolación.”[Juan Calvino, Comentario sobre 1 Corintios, ad loc.]

1.4. El llamado urgente


Hoy, pues, no necesitamos “nuevas revelaciones” ni “soluciones modernas”, sino la misma reforma fundamental de todos los tiempos: volver a la Palabra, ponerla en el centro del culto, de la predicación, de la educación cristiana, del discipulado y del testimonio público. Necesitamos volver a ser “el pueblo del Libro”.


La verdadera reforma comienza cuando la Biblia vuelve a ocupar el lugar de autoridad suprema, y cada voz —sea tradición, experiencia, costumbre o liderazgo— es probada, discernida y sometida a su juicio.


“¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.” — Isaías 8:20



2. La Reforma: Un Regreso a la Palabra y no una Revolución


“La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.”— Isaías 40:8

La Reforma protestante del siglo XVI fue, en su esencia más profunda, un regreso a la autoridad de la Palabra de Dios y no una invención o revolución eclesiástica. Esta distinción es vital, pues muchos acusan a los reformadores de haber introducido una “nueva iglesia”, ajena a la historia, cortando las raíces de la fe antigua. Nada más alejado de la realidad: la Reforma fue un llamado urgente a volver al fundamento que nunca debió haberse perdido.


2.1. Un clamor en medio de la oscuridad


Al amanecer del siglo XVI, la cristiandad occidental estaba sumida en confusión y corrupción. La Biblia era un libro cerrado para el pueblo; los sermones rara vez se ocupaban del texto bíblico, y la mayoría de los fieles dependía de tradiciones, imágenes, reliquias y ritos para buscar a Dios. La autoridad de la Escritura había sido eclipsada por una maraña de decretos papales, concilios, devociones y costumbres que, aunque a veces bien intencionadas, terminaban oscureciendo el Evangelio.


Martín Lutero, un monje atormentado en busca de certeza, encontró finalmente la paz no en las obras ni en los sacramentos mágicamente entendidos, sino en la promesa clara de la Palabra:


“El justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17).

El regreso a la Palabra trajo vida, luz y libertad. Por eso la Reforma fue, antes que nada, una reforma de la predicación, la liturgia y la vida cristiana a la luz de la Escritura. Calvino insistía que “la Iglesia se reforma cuando se restaura el ministerio de la Palabra”[Juan Calvino, Institución de la Religión Cristiana, IV, 2, 1.].


2.2. No una revolución, sino una renovación católica


Es importante subrayar que los Reformadores jamás pretendieron fundar una “nueva iglesia”. Ellos mismos, como Bucer y Calvino, afirmaron que estaban renovando la catolicidad verdadera —la fe de los apóstoles y los padres— y purificando la iglesia de los errores y supersticiones que se habían acumulado con el tiempo[Véase Martin Bucer, De Regno Christi; Juan Calvino, Carta a Sadoleto].


Calvino lo expresó así:

“No nos apartamos de la Iglesia antigua; antes bien, por el contrario, combatimos con todo empeño para mantenernos en ella.”[Calvino, Carta a Sadoleto]

El problema, para ellos, no era la existencia de una iglesia institucional, sino la corrupción y el oscurecimiento de su fundamento: la Palabra viva de Dios. Por eso los Reformadores no rechazaron el Credo Apostólico, el bautismo o la oración del Señor, sino los errores doctrinales y las prácticas no bíblicas.


2.3. El principio de “volver a la fuente”


La consigna “ad fontes” —volver a las fuentes— marcó toda la espiritualidad reformada. No solo fue un lema académico, sino un clamor espiritual:

Volvamos al Evangelio puro, al texto original, a la predicación expositiva, a la oración y a los sacramentos tal como Cristo los instituyó.


Esto no significó destruir el pasado, sino discernirlo a la luz de la Escritura. Los reformadores leían a los Padres de la Iglesia, los honraban, pero también los juzgaban conforme a la Palabra, porque sabían que incluso los hombres más piadosos podían errar, mientras que la Escritura nunca puede errar.


2.4. Aplicación: Reforma siempre necesaria


La gran lección para la iglesia en Latinoamérica hoy es que la reforma nunca es solo un evento histórico, sino una necesidad continua. Siempre estamos en riesgo de desplazar la Palabra por costumbres, emociones, tradiciones o legalismos. Cada generación necesita escuchar el grito de la Reforma:

Sola Scriptura.

Sólo la Escritura es la norma suprema, y todo lo demás debe ser medido y corregido por ella.


Si descuidamos este principio, volveremos, tarde o temprano, a la oscuridad de la ignorancia y la esclavitud espiritual. Si abrazamos la Palabra, experimentaremos de nuevo la libertad, la pureza y la vida del Evangelio.


“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”— Juan 17:17



3. Las Implicaciones Prácticas para la Iglesia en Latinoamérica


“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón… y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.” — Deuteronomio 6:6–7


3.1. ¿Por qué necesitamos Reforma hoy?


En América Latina, la realidad eclesial es paradójica: vivimos un despertar religioso, una explosión de iglesias y movimientos, pero también una peligrosa confusión doctrinal. Muchas comunidades viven bajo la sombra de “autoridades” carismáticas, tradiciones humanas, emocionalismo, sin ancla en la Palabra. Otros, aunque conservan la Biblia, la usan de forma selectiva, subordinándola a nuevas revelaciones, sueños, o interpretaciones privadas. En muchos contextos católicos tradicionales, la Escritura es venerada pero no enseñada; en algunos contextos evangélicos modernos, se cita pero no se somete el culto ni la vida a su gobierno real.


Aquí está la urgencia: la verdadera Reforma no es solo cambiar formas externas, sino retornar al gobierno supremo de la Palabra de Dios en todo. La Reforma no fue un movimiento para crear una subcultura religiosa alternativa, sino para restaurar la vida de la iglesia, el hogar y la sociedad bajo la autoridad de la Escritura.



3.2. Tres áreas donde urge el regreso a la Palabra


a) En la predicación y la enseñanza:

Hoy más que nunca, necesitamos pastores y líderes que prediquen y enseñen la Biblia de manera fiel, expositiva, con precisión y aplicación al corazón. No basta con sermones motivacionales, series temáticas atractivas o anécdotas: solo la exposición de la Palabra vivifica y santifica al pueblo de Dios. La predicación centrada en la Escritura fue el motor de la Reforma y debe ser el centro de toda iglesia fiel hoy.


b) En el culto y la vida congregacional:

Las liturgias, los sacramentos y las prácticas eclesiales deben estar fundadas en la Palabra, no en la creatividad humana ni en las modas. La adoración no se trata de emociones pasajeras, sino de responder en espíritu y verdad a lo que Dios ha revelado. Aquí también debemos discernir entre la Cena del Señor bíblica y prácticas que, bajo la apariencia de piedad, desvían el centro del evangelio hacia ritos y supersticiones.


c) En la vida cotidiana del creyente y la familia:

El pueblo de Dios debe recuperar la lectura y meditación diaria de la Escritura, la oración basada en la Palabra, la instrucción de los hijos en la fe bíblica, y el discernimiento ante cualquier enseñanza, libro o tendencia que no pase la prueba de la Escritura. El hogar reformado es un semillero de fidelidad cuando la Biblia gobierna la conversación y la disciplina familiar.



3.3. Advertencias para nuestra generación


Hermanos, no basta con identificar los errores en Roma o en movimientos evangélicos superficiales. Cada generación está a solo una generación de perder el evangelio, si no se aferra, predica y vive la Palabra como regla suprema. El descuido de la Escritura siempre será el inicio de la decadencia espiritual. Donde se apaga la Palabra, crecen el error, la división y la mundanalidad.


No hay reforma sin regreso radical a la Palabra. No hay poder, unidad ni misión duradera donde la Biblia es marginal o decorativa. Nuestra mayor necesidad no es un nuevo programa, una nueva estrategia, o líderes más carismáticos, sino el humilde, valiente y gozoso sometimiento a lo que Dios ya ha dicho.



3.4. Conclusión pastoral


Querida iglesia, no temas el regreso a la Palabra, ni lo consideres cosa pasada o elitista. La Escritura no es un lujo de teólogos, sino el pan diario de todo cristiano. Es lámpara en nuestro camino, ancla en la tormenta, espada en la lucha, consuelo en la aflicción. Cuando la Biblia reina, Cristo reina en su pueblo. Cuando la Escritura gobierna, el evangelio brilla, los sacramentos son fuente de gracia verdadera, y la misión de la iglesia avanza.


No cambiemos la gloria de la Palabra por sucedáneos, por tradiciones huecas o por novedades fugaces. Que nuestro clamor sea siempre: ¡Vuelve, Señor, tu iglesia a tu Palabra! Renueva tu pueblo, tu familia, tu ciudad por el poder de tu verdad.


“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma… el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.”— Salmo 19:7


4. Exhortación Final: “Iglesia, Vuelve a la Palabra”


“Así dice Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma…”— Jeremías 6:16


4.1. Un llamado a pastores, ancianos y maestros


Amados hermanos en el ministerio, la salud de la iglesia depende de nuestra fidelidad a la Palabra. No es nuestro ingenio, nuestra popularidad ni el tamaño de nuestros ministerios lo que garantizará la bendición de Dios, sino nuestra obediencia humilde y gozosa a las Escrituras.

Revisen sus púlpitos: ¿la Biblia gobierna la predicación o sólo la decora? ¿Las ovejas son alimentadas con la Palabra, o se les da paja y entretenimiento? El pueblo de Dios tiene hambre de la verdad. ¡No le demos piedras en lugar de pan!


Que cada líder, en su estudio, oración y enseñanza, vuelva al texto, con reverencia y expectativa. Como Calvino aconsejaba a los pastores de Ginebra:


“Que el ministro no se atreva a proferir en la asamblea sino lo que haya recibido de la boca de Dios.”(Institución, IV.1.5)


4.2. Un llamado a padres y familias cristianas


Padres y madres, la Reforma empieza en casa. No deleguen en la iglesia lo que es responsabilidad primaria en el hogar: enseñar diligentemente la Palabra a los hijos, orar juntos, disciplinar en la fe.

El ejemplo de Timoteo es instructivo: desde niño fue instruido en las Sagradas Escrituras por su madre y su abuela (2 Tim. 1:5; 3:15). Si queremos una iglesia fuerte mañana, sembremos la Palabra hoy en el corazón de nuestros hijos.



4.3. Un llamado a toda la congregación


Querida iglesia, no basta con admirar la Reforma como historia. Dios nos llama a ser una iglesia siempre reformándose, siempre volviendo a la fuente, siempre dejándonos corregir y consolar por la Palabra.

Esto requiere humildad: reconocer donde nos hemos desviado, arrepentirnos de haber dejado la Palabra en segundo plano, y rogar al Señor por un nuevo despertar bíblico.


No temas que esto sea “protestante”, “reformado” o “calvinista”. Es, ante todo, cristiano. Es el llamado de Cristo a su iglesia en todo tiempo y lugar:

“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14:21).

4.4. Palabras de aliento


Quizá hoy alguno se siente pequeño, débil o insuficiente para vivir y enseñar toda la Escritura. ¡No temas! La Palabra de Dios es suficiente también para ti. El Espíritu que la inspiró, la aplicará con poder a tu vida, a tu familia, a tu iglesia.

La verdadera Reforma no es obra de genios, sino de pecadores redimidos que se aferran a la Palabra de su Redentor.



Soli Deo Gloria.

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