La muerte preciosa y el fruto eterno
- Andres Espinoza
- 6 jun
- 4 Min. de lectura

“Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos.” —Salmo 116:15
Dentro de la tradición reformada colombiana solemos enfatizar y valorar los testimonios provenientes principalmente de Europa y Norteamérica. Sin embargo, es necesario ampliar nuestro enfoque y considerar otros contextos históricos y culturales que también brindan ejemplos significativos de fidelidad, compromiso y entrega por causa del evangelio. Durante mi asistencia hoy a la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa (OPC), tuve la oportunidad de conocer un relato impactante sobre la labor misionera llevada a cabo en Eritrea, África. Este episodio, marcado por sacrificio extremo y sufrimiento profundo, ofrece una perspectiva vívida sobre cómo Dios puede obrar incluso en situaciones de extrema dificultad, haciendo florecer frutos espirituales extraordinarios.
Eritrea es una nación ubicada en el Cuerno de África, conocida históricamente por una prolongada sucesión de conflictos bélicos, pobreza estructural e inestabilidad política. Durante las décadas del siglo XX, el país experimentó una guerra civil devastadora que afectó profundamente su tejido social y económico. En la década de 1970, conscientes de estas necesidades, la OPC decidió establecer una misión médica en la ciudad de Ginda, con el objetivo no solo de proveer atención sanitaria urgente, sino también de ofrecer un testimonio cristiano integral que llevara esperanza y transformación espiritual a sus habitantes.
Entre los trabajadores de esta misión se destacaron particularmente dos enfermeras estadounidenses: Anna Strickwerder y Debbie Dorsbach. Ambas mujeres encarnaban una fe comprometida y un profundo deseo de servir al pueblo eritreo con dedicación y amor cristiano. Sin embargo, el 7 de noviembre de 1974, durante los agitados momentos de la guerra civil, fueron secuestradas por combatientes locales. Aunque Debbie logró sobrevivir después de enfrentar circunstancias sumamente adversas, Anna fue asesinada, convirtiéndose inmediatamente en mártir del evangelio y dejando un legado imborrable de entrega total por Cristo.
El martirio cristiano, tal como se presenta en el Salmo 116:15, revela una comprensión profundamente teológica de la vida y la muerte. Desde una perspectiva meramente humana, la muerte violenta de Anna podría parecer una tragedia irreparable o un acontecimiento carente de sentido. Sin embargo, desde la perspectiva bíblica y eterna, su fallecimiento tiene un valor espiritual inmenso. A través de su muerte, Anna testificó de manera inequívoca la supremacía y el valor absoluto del evangelio de Jesucristo, proclamando que Cristo es digno de cualquier sacrificio personal.
Anna no representaba solamente a una profesional médica sirviendo en un contexto humanitario, sino que era una discípula comprometida y consciente del llamado radical del cristianismo bíblico. Su muerte no significó una derrota, sino una poderosa semilla que dio lugar a un notable avivamiento espiritual. Como afirma Tertuliano:
“La sangre de los mártires es semilla de la iglesia”.
Este principio teológico quedó claramente evidenciado en Eritrea, donde tras la muerte de Anna se produjo un crecimiento significativo de comunidades cristianas, dando lugar a nuevas congregaciones en ciudades como Asmara, Gimna y Abbey Cave.
La iglesia colombiana enfrenta desafíos complejos en su contexto particular, incluyendo violencia, pobreza, desigualdad social y resistencia cultural e ideológica al mensaje del evangelio. Aunque nuestra situación no sea exactamente equiparable a la de Eritrea, ciertamente compartimos la experiencia de vivir en un contexto hostil al evangelio. En este sentido, el testimonio de Anna Strickwerder interpela profundamente a nuestra comunidad cristiana colombiana, planteando preguntas fundamentales sobre nuestro compromiso y sobre aquello que verdaderamente valoramos en nuestra vida cristiana.
¿Estamos dispuestos a sufrir incomodidades, pérdidas o persecución por causa de Cristo? ¿Cómo entendemos y practicamos un discipulado que vaya más allá de la búsqueda de comodidad y seguridad personal, abrazando el llamado a una entrega radical como auténtica expresión de nuestra fe?
Aplicaciones concretas para la práctica eclesial en Colombia
Perspectiva escatológica y eterna: Es necesario cultivar una conciencia clara del valor eterno de cada acto de fidelidad, particularmente cuando éste se realiza en contextos difíciles y adversos.
Siembra con esperanza activa: Debemos mantener firme la confianza en que Dios puede y quiere producir abundante fruto espiritual incluso en las circunstancias más desafiantes.
Intercesión global informada y constante: Comprometámonos activamente en la oración solidaria y continua por nuestros hermanos cristianos en todo el mundo que enfrentan diversas formas de persecución y hostilidad.
Formación intencional de discípulos resilientes: Promovamos programas educativos y pastorales que formen creyentes capaces de sostenerse firmemente en medio de pruebas severas, siempre fortalecidos por la gracia divina.
La vida y muerte de Anna Strickwerder ofrecen un modelo poderoso para la iglesia contemporánea en Colombia. Frente a las tentaciones de comodidad, seguridad personal y conformidad social, el evangelio nos llama a una fidelidad audaz y sacrificial. Esta invitación al compromiso radical con Cristo no es solo retórica espiritual, sino un imperativo concreto que cada creyente debe asumir con seriedad y convicción.
Que el legado de Anna nos recuerde constantemente que no existe sacrificio demasiado grande para el Señor que se entregó por completo por nosotros.
Cada acto de fidelidad, por pequeño que parezca, es de gran valor ante Dios y tiene consecuencias eternas en la expansión de su Reino.
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