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Ciudades sin altares: El espejismo del progreso sin eternidad




“Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una ciudad, y llamó el nombre de la ciudad del nombre de su hijo, Enoc” —Génesis 4:17 (RVR60)









I. Una ciudad sin altar: el drama de Génesis 4


El capítulo 4 de Génesis nos presenta dos líneas de descendencia: una marcada por la promesa divina (la línea de Set), y otra por la rebelión humana (la línea de Caín). Lo que sorprende no es que Caín haya sido desterrado, sino lo que construyó lejos de la presencia de Dios: una ciudad. Y no cualquier ciudad, sino la primera mención bíblica de organización social y cultural a gran escala. Desde allí surgen:


  • La vida urbana (Enoc).

  • Las artes y la música (Jubal).

  • El trabajo técnico e industrial (Tubal-caín).

  • La arrogancia moral y la autojustificación (Lamec).



A simple vista, parece una civilización en auge. Pero hay un detalle trágico: no hay altar, ni oración, ni pacto.

Se construye una ciudad, sí, pero sin la presencia de Dios en su centro.


Esta narrativa no es neutral. En términos teológicos, Génesis 4 es una crítica implícita al progreso humano cuando este es desligado del culto verdadero. Lo que tenemos aquí es una cultura sin adoración, una civilización sin altar, un mundo con música, herramientas y ciudades… pero sin fe, sin temor de Dios, y sin esperanza escatológica.



II. El espejismo del progreso sin discernimiento


No podemos leer Génesis 4 sin vernos reflejados.

Nuestra época también celebra la urbanización, la tecnología, la música y la eficiencia productiva. Vivimos rodeados de las obras de manos humanas: autopistas, algoritmos, inteligencia artificial, megaproyectos, medicina avanzada. El mundo moderno se enorgullece de lo que ha logrado sin Dios. Pero… ¿realmente hemos avanzado?


La tecnología ha evolucionado, pero el corazón sigue corrompido.

La comunicación se ha globalizado, pero el alma sigue sola.

La economía ha crecido, pero la adoración ha menguado.


Cuando se edifica sin altar, lo que parece progreso termina en autodestrucción moral, social y espiritual. Lo vemos en Lamec, un hombre que canta su pecado y lo glorifica. Se convierte en símbolo de un sistema que legitima la violencia, la sensualidad, la arrogancia y la autosuficiencia.


El punto no es condenar la cultura en sí, sino denunciar el tipo de cultura que ignora el futuro escatológico que Dios ha prometido. Cuando el presente se absolutiza y lo eterno se relativiza, entonces estamos adorando la creación en lugar del Creador (cf. Romanos 1:25).



III. El olvido del futuro: idolatría disfrazada de civilización


Los reformadores y puritanos tenían una convicción clara: todo lo que no es hecho desde la fe y para la gloria de Dios es idolatría. La idolatría no necesita templos paganos; basta con una vida organizada sin referencia al Dios Trino.


Cuando la cultura olvida el juicio, el cielo y el infierno, el retorno de Cristo y la consumación del Reino, cae en una forma sofisticada de ateísmo funcional. Puede tener moral, belleza, ciencia, arte… pero no tiene altar. Y si no hay altar, no hay redención. Y si no hay redención, toda gloria humana será tragada por el juicio divino.


La ciudad de Caín anticipa la gran Babilonia de Apocalipsis. John Calvin lo resumió así:


“Lo que no comienza en Dios, terminará en ruina.”


IV. La esperanza: del altar destruido al templo eterno



Pero la Escritura no termina en Lamec. En contraste con su linaje, Génesis 4:26 nos dice:

“Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová.”

Mientras una civilización se glorificaba sin Dios, otra comenzaba a edificar en torno a un altar. Esa es la línea de Set, la línea del pacto, la línea de Cristo.


En la Nueva Jerusalén, la ciudad redimida, no hay templo… porque el Cordero es su templo (Apocalipsis 21:22). Allí no se edificará sin altar, porque toda la ciudad será altar. Toda cultura, toda arte, toda vocación, toda arquitectura y toda canción estarán rendidas a los pies del Rey.



V. Aplicaciones: la llamada a construir con altar



  1. Evalúa tu vida y tu trabajo. ¿Estás edificando con altar o solo levantando muros de autonomía?

  2. No midas el progreso por el ruido del éxito humano, sino por la presencia de Dios.

  3. Discierne el espíritu de tu época. No todo lo que brilla en el mundo moderno es compatible con el Reino que viene.

  4. Vuelve al altar. Vuelve a la Palabra, al culto, a la oración, a la esperanza eterna. No te conformes con una ciudad sin altar.




Conclusión


El problema no es la ciudad, ni el arte, ni la técnica. El problema es la ausencia del altar. Y si no hay altar, no hay redención. Pero en Cristo, el verdadero Templo, Dios ha descendido. La ciudad eterna se acerca, y sólo ella resistirá el juicio que vendrá sobre toda obra edificada sin Él.


“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”

—1 Corintios 3:11

 
 
 

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