¿Ya llegó el Reino? Ajustando nuestras expectativas con la Biblia
- Andres Espinoza
- 13 sept
- 3 Min. de lectura

Juan el Bautista, el mayor de los profetas, llegó a preguntar desde la cárcel: «¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?» (Lucas 7:19). No fue un incrédulo, fue un hombre fiel que predicó con poder. Pero sus expectativas estaban marcadas por lo que había anunciado: un Mesías que venía con fuego, con el hacha en la raíz, listo para limpiar la era (Lc 3:17). Desde la oscuridad de la prisión, las noticias que le llegaban eran diferentes: ciegos viendo, cojos caminando, pobres escuchando buenas noticias. Y en su corazón surgió la pregunta: “¿Este es el Rey o debo esperar otro tiempo?”
Jesús no lo reprendió. Simplemente actuó delante de los mensajeros: sanó enfermos, dio vista a ciegos, limpió leprosos, levantó muertos, anunció el evangelio a los pobres (Lc 7:21–22). Luego envió esta respuesta: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído». Y añadió una advertencia llena de amor: «Bienaventurado el que no halle tropiezo en mí» (Lc 7:23). El tropiezo no era negar los milagros, sino chocar con el modo en que el Mesías había decidido manifestar su Reino: primero en misericordia y salvación, luego en juicio y consumación.
Este pasaje es una catequesis para nosotros. También corremos el riesgo de ajustar la Biblia a nuestras expectativas, en lugar de ajustar nuestras expectativas a la Biblia. Algunos, con celo sincero por la Palabra, siguen esperando un reino terrenal futuro, casi como si Cristo aún no reinara. Confiesan a Jesús como Señor, pero posponen la plenitud de su reinado a un “otro tiempo”. Y sin darse cuenta, repiten la pregunta de Juan: “¿Eres tú el Rey o esperamos otro?”
Pero la Escritura apostólica responde con claridad: el Reino ya ha llegado. Jesús mismo lo proclamó: «Si por el dedo de Dios echo yo fuera demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Lc 11:20). Dijo también: «El reino de Dios está entre vosotros» (Lc 17:21). Pablo enseña: «Él nos ha librado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo amado» (Col 1:13). Pedro, en Pentecostés, cita el Salmo 110 para declarar que Cristo ya se sentó en el trono de David, exaltado a la diestra de Dios (Hch 2:30–36). Pablo añade: «Es necesario que Él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies» (1 Co 15:25). Y Jesús, con toda autoridad, afirma: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18). No hay trono vacío. No hay espera intermedia. Cristo reina ahora, en medio de sus enemigos, hasta la consumación final.
Por supuesto, esperamos todavía el día del juicio y la renovación de todas las cosas. Ese es el “todavía no” del Reino. Vendrá el día en que «Dios juzgará al mundo con justicia por aquel varón a quien designó» (Hch 17:31). Vendrá el día en que todo enemigo será puesto bajo sus pies (1 Co 15:24–28). Vendrá la nueva creación, cuando Dios sea todo en todos. Pero no necesitamos esperar a ese día para confesar que Cristo ya reina.
Las promesas del Antiguo Testamento no quedaron suspendidas: fueron cumplidas y ampliadas en Cristo. El templo se cumplió en Él y en su iglesia (Jn 2:19–21; Ef 2:19–22). La tierra prometida se expandió a una herencia cósmica (Mt 5:5; Ro 4:13). El pueblo de Dios ya no es dos, sino uno en Cristo (Ef 2:11–22; Gá 3:16, 29). La literalidad que debemos abrazar no es la de nuestras expectativas modernas, sino la literalidad apostólica: leer las promesas como los apóstoles las leyeron, en Cristo, consumadas en Él.
Lucas 7 nos llama a no tropezar con un Mesías que primero salva y luego juzga. Nos consuela cuando dudamos, porque nos recuerda que ya somos parte de un Reino presente. Nos alinea, porque nos muestra que tenemos privilegios mayores que Juan mismo, al vivir bajo la luz plena del Evangelio. Nos exhorta a no exigir un Reino a nuestra medida, sino a justificar a Dios con arrepentimiento y fe.
Cristo reina ahora. Su Reino avanza por la Palabra y el Espíritu. Y aunque esperamos el juicio y la consumación, podemos vivir hoy como ciudadanos de un Reino que ya está entre nosotros.
Bienaventurado el que no tropieza en Él.
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